
(Diario Uno, Valentina Araya, 3/12/25)
Los barcos que “vuelan” sobre el agua ya son una realidad fuera del cine y la ciencia ficción. Los hidroplanos —embarcaciones que elevan su casco mediante alas sumergidas— viven hoy un renacimiento tecnológico impulsado por la electrificación, los materiales ultraligeros y sistemas de sensores que corrigen su equilibrio en tiempo real. Lo que en el siglo XIX era un experimento casi romántico, ahora apunta directo al futuro del transporte náutico: más limpio, más eficiente y sorprendentemente suave.
Esta historia empezó en 1869 con Emmanuel Denis Farcot, continuó con el visionario Enrico Forlanini en 1906 y alcanzó fama mundial gracias al HD-4 de Alexander Graham Bell, capaz de batir récords y dejar atrás a los cascos clásicos. Pero durante décadas la idea quedó atascada: los motores eran pesados, el consumo enorme y la tecnología insuficiente para mantener un vuelo estable sobre el agua.
Hoy el panorama ha cambiado radicalmente. Ingenieros como Jakob Kuttenkeuler y Gustav Hasselskog han desarrollado hidroalas eléctricas capaces de levantar por completo la embarcación, reduciendo hasta un 80% el gasto energético. La empresa Candela es referencia mundial: ya prueba transbordadores en Estocolmo y vende unidades en India, Arabia Saudita, Maldivas, Belice y Estados Unidos.
El atractivo no es solo técnico, también sensorial. Navegar sin golpes de ola, sin vibraciones y con apenas un leve silbido es otra forma de estar en el mar. Como describe la investigadora Laura Marimon Giovannetti, “el sonido cambia por completo”. Es casi volar, pero tocando el agua.
Detrás de este renacimiento hay cinco claves:
• Motores eléctricos que aprovechan mejor la energía al elevar el casco.
• Reducción drástica de emisiones, ideal para un futuro más verde.
• Materiales como fibra de carbono y titanio, ligeros y resistentes.
• Sensores y microcomputadoras que estabilizan el barco al milímetro.
• Una experiencia de navegación suave, sin mareos ni estela.
El siguiente capítulo ya está en marcha. Ciudades como Estocolmo o Seattle estudian sustituir ferris convencionales por hidroalas eléctricas para reducir ruido, contaminación y costes. Lo que empezó como un sueño científico se convierte ahora en ruta de futuro: barcos que no solo navegan… sino que vuelan.
